Es importante tomar consciencia de nuestra relación con la comida. Tanto el hambre fisiológica como el emocional son reales y no patológicas en sí misma, (aunque sí pueda llegar a
serlo).
La ingesta por hambre emocional sólo alivia a muy corto plazo, sin que la emoción originaria
desaparezca
La alimentación y las emociones van íntimamente relacionadas desde que nacemos. Desde recién nacidos la alimentación nos permite sobrevivir y al mismo tiempo nos proporciona la seguridad y el
bienestar del vínculo con la madre (o cuidador).
Al mismo tiempo que vamos creciendo, la alimentación también la relacionamos con las celebraciones, cobrando así una función más emocional.
Por otro lado, existe un factor químico de ciertos alimentos que activan el circuito cerebral de recompensa, liberando dopamina y proporcionando sensaciones de placer y bienestar.
El hambre emocional nos lleva a consumir alimentos que proporcionan dopamina de una forma más inmediata, como los ricos en azúcares y grasas.
Este tipo de hambre llega a ser perjudicial cuando es la manera en la que gestionamos las emociones y pasa a ser casi la única fuente de placer, por falta de otras herramientas útiles para dicha
gestión.
Señales del hambre emocional:
• Ansiedad y compulsión. Cuando la persona experimenta ansiedad por comer y lo hace de forma
compulsiva puede conllevar a disminución de la autoestima, culpabilidad, síntomas ansiosos y
depresivos, sobrepeso, entre otros
• La prohibición de ciertos alimentos hace que aumente más su deseo por ser consumido pudiendo
entrar en un bucle con pérdida de control
• La ingesta por hambre emocional sólo alivia a muy corto plazo, sin que la emoción originaria
desaparezca, lo que a su vez provoca sentimientos más complejos como la culpa o la vergüenza
Nuestra hambre emocional debe ser atendida de una forma consciente para así gestionar lo que hay
detrás de ella.
La primera clave está en ser consciente de nuestras propias necesidades. Podemos hacernos las
siguientes preguntas: ¿Tengo hambre fisiológica o emocional? ¿Cuándo fue la última vez que comí? A veces, también ocurre, que lo que realmente tengo es sed, por ello debemos beber agua continuamente. Es muy importante que escuchemos nuestro cuerpo.
A veces, también ocurre, que lo que realmente tengo es sed, por ello debemos beber agua continuamente.
La segunda clave está en mirar un poco más adentro. Una vez que me he respondido las primeras preguntas y he descartado el hambre fisiológica, llega una cuestión muy importante: ¿Para qué como?
De esta manera nos acercamos un poquito más a nuestro mundo interior. Y podemos llegar a reconocer las emociones conflictivas que nos llevan a esa conducta.
Es esencial que en este proceso tengamos cuidado con nosotros mismos, ya que es la única forma, hasta ahora, que conocemos para gestionar esas emociones, por lo que no debemos hacernos
autocríticas, sino que debemos tomar un lenguaje amable para nosotros mismos y ser pacientes, llevamos mucho tiempo utilizando esta estrategia y salir de ella es difícil, por ello desde nuestro
centro os ofrecemos el servicio de Psiconutrición para acompañaros en dicho proceso.
PASOS:
1. Fíjate en las señales de tu cuerpo. ¿Es hambre fisiológico o emocional?
2. Detecta que emoción difícil de gestionar se encuentra detrás de ese hambre
3. Pregúntate: ¿Para qué comes?
4. Identifica si es un alivio a corto o largo plazo
5. Prueba qué otras cosas puedes hacer cuando aparezca ese hambre emocional